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Historia
y leyenda de Tenerife
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Los
primeros habitantes conocidos de Tenerife
fueron los Guanches, un pueblo prehispánico
del que todavía se conservan
importantes vestigios históricos,
topónimos y nombres propios. |
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La
Historia de las Islas Canarias están
presentes, desde siempre, en la leyenda,
como aquellas tierras míticas
que se encontraban más allá
de Las Columnas de Hércules,
del estrecho de Gibraltar, camino del
Mar Tenebroso.
Aquí situaron muchos autores
clásicos el Paraíso, los
Campos Eliseos o el Jardín de
las Hespérides, aunque uno de
los primeros testimonios fiables sobre
las islas se lo debemos a Plinio, que
en el siglo I, nos habla de una expedición
enviada por el mauritano rey Juba hacia
las islas, de la que le llevaron, como
recuerdo de la aventura, unos enormes
perros de los que se deriva el nombre
del archipiélago: Canarias, de
can o canes.
Hay, todavía, soberbios ejemplares
de una raza autóctona de perros
de presa isleños, de fiero e
impresionante aspecto, llamados verdinos
(o bardinos, según las islas).
No es de extrañar que, en las
primeras narraciones legendarias o históricas,
sobre Canarias, se hiciera, casi siempre,
mención a Tenerife, a la que
se denominó también Nivaria,
puesto que, en estas latitudes, la estampa
de una enorme montaña nevada,
visible desde muchos kilómetros
a la redonda, emergente por encima de
las más elevadas nubes, debía
impresionar vivamente a aquellos antiguos
navegantes.
Las islas, hasta su conquista por los
europeos, que se prolongó a lo
largo de casi todo el siglo XV, estaban
habitadas por una población,
posiblemente de origen norteafricano,
sumida en el paleolítico, aunque
con ciertos atisbos de una cultura ligeramente
superior en lo que se refiere al aspecto
religioso y artesanal.
Los guanches -moderadores prehispánicos
de Tenerife- vestían toscamente
con pieles y todo apunta a que ignoraban
el arte de la navegación.
Sin embargo, enterraban cuidadosamente
a sus muertos, momificándolos,
con técnicas muy eficaces, en
algunos casos, y tenían un gusto
especial por los adornos.
Trabajaban el barro, si bien desconocían
el torno, y sus lanzas -añepas-
acababan en afiladas puntas naturales
de piedra volcánica.
Muchos autores antiguos -y aún
algunos modernos - opinaban que las
Islas Canarias serían los restos
visibles y más elevados de un
continente hundido: La Atlántida.
Y los guanches serían los descendientes
de los atlantes. Los hijos y nietos
de los habitantes de las montañas
de aquel legendario mundo, que de pronto,
tras la hecatombe, se habrían
visto transformados en isleños
a su pesar.
La incapacidad marinera de estos pueblos
y la falta de comunicación entre
islas que, sin embargo, se divisan entre
sí a simple vista, además
de la enorme estatura de algunos guanches
-si hemos de dar crédito a ciertos
testimonios, los gigantes menudeaban
en las islas-, hacían atractivas
estas hipótesis escasamente científicas.
Cuando los conquistadores españoles
llegaron a Tenerife, la isla estaba
repartida en nueve pequeños reinos
o menceyatos, al mando cada uno, de
un monarca o mencey, a quién
asesoraba una asamblea de ancianos.
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La
piratería en Canarias
El
descubrimiento de América y la penetración
europea hacia el Indico a través de la costa
occidental africana convierten a las Canarias en
una encrucijada de las rutas marítimas. Apenas
avanzado el s. XVI comienza el tráfico naval
entre las colonias españolas de ultramar
y la metrópoli. Los barcos regresaban cargados
de tesoros y especias, y sus rutas tenían
que pasar forzosamente entre las Azores y Canarias;
de esta forma, los mares de las islas son lugares
de espera para las flotillas piratas.
La piratería en aguas Canarias empieza en
el primer tercio del s. XVI, toma inusitada actividad
hacia su final, y continúa durante todo el
s. XVII y XVIII, hasta su ocaso en la primera década
del s. XIX. |
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